La FIFA sigue dando de qué hablar en términos de carencia de conciencia y de derechos humanos. A su larga meteduras de pata, su actual presidente, Gianni Infantino, acaba de montar una gorda. Y es que en medio del debate que la propia asociación ha instaurado sobre si dejar de celebrar mundiales masculinos de fútbol cada cuatro años para pasar a hacerlo cada dos, el suizo ha defendido que hay que celebrar más certámenes «para incluir el mundo entero » y así «dar esperanza a los africanos para que no tengan que cruzar el Mediterráneo para tener una vida digna. O lo más probable, que mueran en el mar».
Lo ha hecho ante el Consejo Europeo, y sin ningún ápice de vergüenza. Después, ha seguido declarando que «tenemos que dar oportunidades y dignidad, no dando caridad sino permitiendo que el resto del mundo también participe. Quizás un Mundial cada dos años no es la respuesta, lo podemos debatir. Empezamos el proceso con un 88 % de votos a favor en el Congreso de la FIFA». Esta propuesta, pues, todavía no está ni mucho menos decidida. En caso de aprobarse, entraría en vigencia a partir del Mundial del año 2026 en Norteamérica. Entre los adeptos de la idea está Ronaldo Nazario, quien cree que los cuatro años que transcurren entre mundiales son «demasiado tiempo».
La frase malintencionada que transmitió hoy la FIFA a través de su máximo representante forma parte del museo de los horrores del máximo organismo internacional del fútbol. En este museo también existe la organización de un Mundial en Qatar, y por tanto en un país con nulos derechos humanos para las mujeres; la muerte de muchos obreros como consecuencia de las pésimas condiciones laborales que tenían mientras trabajaban en la construcción de los estadios del mismo mundial, la decisión de celebrar un Mundial en un país también homófobo como es Rusia y que por tanto ningún aficionado ni aficionada pudiera entrar en los estadios con banderas o símbolos LGTBI; la corrupción por parte de miembros del organismo, entre ellos su anterior presidente, Joseph Blatter, al haber sido comprados por Rusia y Qatar a cambio de designar a estos países como organizadores; o, tiempo atrás, la designación de Argentina como organizadora del Mundial de 1978 pese a la sanguinaria y represiva dictadura que había en ese momento en el país sudamericano.