Muchos se han preguntado en los últimos meses cómo es posible que el Barça haya cambiado tanto de una temporada a otra con la «misma» plantilla o qué tipo de alquimista increíble es Hansi Flick para transformar al equipo gris, impotente y resignado de hace un año en el equipo del año en Europa por irreductible, por divertido, por poderoso, por pasar por encima del Madrid de Mbappé y estar a punto de ganarlo todo. La respuesta no es simple, pero simplificándola mucho, el Barça de Flick tiene una autoestima que no tenía antes. Obviamente, Dani Olmo no es la única novedad de un año a otro, porque también están Casadó, Gerard Martín, Héctor Fort y Marc Bernal; están Íñigo, Pedri, Gavi y Balde (el año pasado, lesionados); está la evolución de Raphinha, está el crecimiento exponencial de Lamine Yamal y no están ni Joao Félix, ni Joao Cancelo (ni Gündogan). Pero Flick tiene el mérito de crear el guion y la identidad que los jugadores han asumido todos juntos y con orgullo y de poner todo el impulso de la juventud, del talento y del hambre de los suyos al servicio de la causa común.

Y todo esto solo en unos meses. Por eso, en muchos sentidos, a este Barça lo hemos ido descubriendo igual que unos padres descubren a sus hijos, sus capacidades, reacciones, matices, fortalezas y debilidades. Su carácter, su personalidad, su esencia. Esto explica en parte algunas concesiones que ha hecho al rival, por ejemplo, en el 4-4 ante el Atlético de Madrid en las semifinales de Copa en Montjuïc cuando ganaba 4-2 poco antes del final, o en las semifinales de la Champions ante el Inter, cuando tenía la final en el bolsillo (3-2) en el descuento. Podía haber dado un paso atrás, tirar de experiencia, ser más cauto, tener más oficio, especular, ser más duro… No lo hizo entonces, ni tampoco este domingo después de remontar un 0-2 al Madrid en el clásico que decidía la Liga. Sencillamente porque no es así, no es su naturaleza, ni ha tenido suficiente recorrido vital para adquirir más dureza, experiencia y recursos.

El Barça de Flick es así, atrevido, eléctrico, voraz, rebelde, transparente y entregado. Esto le ha permitido ser a lo largo de la temporada tan divertido, tan sorprendente y tan inabarcable para la mayoría de rivales. Esto lo ha convertido en el equipo más goleador en todas las competiciones. Esto lo ha hecho crecer hasta relegar al Madrid de Mbappé a actor secundario de su propia superproducción. Esto le ha dado para ganar cuatro clásicos (marcando 16 goles) y arrebatarle al Madrid la Supercopa, la Copa y, a falta de 2 puntos, también la Liga. Y esto ha hecho que vuelva a estar en boca de todos en Europa por el fútbol, el espectáculo y las emociones, por la juventud, la Masia y Lamine Yamal, por las victorias, los títulos e incluso por una derrota cruel e injusta como la del Giuseppe Meazza. Una temporada apasionante, excelente y muy productiva. Solo queda atar el saco, firmar la renovación de Flick y empezar a imaginar las evoluciones de la versión 2.0.



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