No hay derrotas dulces, todas son amargas y si es en la final que te has imaginado y trabajado durante meses, aún menos. El fútbol femenino está en la era del Barça. Así lo acreditan sus tres Champions, en seis finales disputadas en siete años, al margen de su reinado en el Estado español. Y no es nada fácil, aunque a veces lo pueda parecer. Requiere mucho esfuerzo en el día a día, mucha concentración, compromiso y una mentalidad ganadora que no acepta la derrota como si fuera un día más en la oficina. Y de ahí vienen las lágrimas de las jugadoras del Barça después de perder con el Arsenal la final del pasado sábado en Lisboa. Por mucho que la mayoría de ellas ganaran la final hace un año en San Mamés o hayan hecho mucha historia ganando también en Eindhoven 2023 y en Gotemburgo 2021, la ilusión no se compra con dinero.
Y si amas el fútbol, te sientes parte orgullosa de una historia de superación y de conquista como la del Barça femenino y estás tan conectado con la afición como lo están estas futbolistas, tampoco hay sueldo o perspectiva profesional que te ahorre la inmensa decepción de perder una final como la del sábado, la más importante del año y una oportunidad de hacer más grande la leyenda que tuvieron al alcance durante la mayor parte de la final. Quizás por eso el castigo fue aún más duro. Porque dominaron, generaron y remataron, pero no jugaron a su mejor nivel, ni en precisión, ni en acierto, ni en plan de partido. También fue mérito del Arsenal, que marcó en una jugada de estrategia mal defendida por el Barça, pero sobre todo tuvo la disciplina, convicción, intensidad física y oficio necesarios para amordazar la superioridad técnica y futbolística del Barça.
Pero la decepción, por grande que sea, no es un fracaso. El deporte es así, la competición de élite es así, y lo que cuenta es prepararse bien, competir al máximo y aspirar a todo hasta el final. Y eso está haciendo el Barça esta última década en la que ha vestido un proyecto propio, admirable y ganador, que hay que valorar justamente ahora que la derrota duele y la tentación es buscar culpables. Sería fácil y oportunista hablar del éxito de Mariona Caldentey en el Arsenal como el fracaso del Barça por dejarla ir el verano pasado. O dudar de Pere Romeu, porque no ha repetido la temporada perfecta de Jona Giráldez. Como si la excelencia fuera un test de mínimos. El éxito es ganar la sexta Liga, la quinta Supercopa y quizás la quinta Copa en seis años y estar en la final de la Champions por sexta vez en siete años. El éxito es mantener el talento, la motivación, el nivel competitivo y al mismo tiempo el futuro de un proyecto a pesar del paso del tiempo, la erosión física y mental acumulada y los muchos títulos ganados.
Mariona se fue porque surgía Clàudia Pina -máxima goleadora de esta Champions con 10 goles- y detrás de ella ya llamaban a la puerta el talento puro y juvenil de Vicky López y Sydney Schertenleib. También se han ido Hermoso, Paños, Leila, Losada, Walsh, Bronze u Oshoala y otras, porque venían Cata Coll, Ona Batlle, Salma, Brugts, Pajor o Kika. La próxima en llegar será Laia Aleixandri, central de la cantera que se ha hecho grande en las filas del City y ahora regresa para reforzar, para competir y para relevar a las intocables Mapi León e Irene Paredes. Y debe seguir siendo así, para aspirar a disputar la próxima final de la Champions en Oslo y para seguir aspirando a todo los próximos cinco años.