Un 6 de mayo de 2009 Iniesta eligió la situación más adecuada clavando el balón en la escuadra de Stamford Bridge en las semifinales contra el Chelsea. Pero ayer las decisiones fueron incorrectas, las controlables y las que no. De hecho, ya se intuían relámpagos y truenos cuando en la previa del partido Gianni Infantino, presidente de la FIFA, declaró abiertamente que “todo el mundo sabe que soy seguidor del Inter”, frase insólita a las puertas del nuevo Mundial de Clubes que, casualmente, sí jugarán el equipo italiano y el PSG. No habría quedado bien un campeón de Champions que no participara…

El aperitivo de lo que debía ser una jornada histórica resultó indigesto en Mónaco, donde un arbitraje casero más los errores en los tiros libres y un lanzamiento final precipitado y estrambótico de Punter dejaban fuera de la final four al equipo de Joan Peñarroya, en una temporada en que la cantidad de lesiones deberían conducir a la reflexión más allá de culpar a la mala suerte. Ningún otro equipo ha sufrido tantas de graves.

En el Giuseppe Meazza, un sospechoso habitual como el colegiado polaco Marciniak, que por “coincidencia” anuló el penal a Julián Álvarez en los octavos contra el Madrid por un doble toque que solo él apreció, tenía una misión bien clara: confirmar que el neceser con el escudo merengue encontrado en su vestuario en un partido no era un objeto perdido sino un tesoro preciado. Seguramente por esta razón también invalidó un gol al defensa De Ligt en las semifinales de la temporada pasada, que habrían conducido el Madrid-Bayern a la prórroga. Y decidió anular un gol a Marcos Alonso que habría supuesto el 0-3 del Chelsea en el Bernabéu en la vuelta de cuartos del curso 2021-22.

Todas las acciones polémicas se inclinaron por el bando local y, aunque se acepta el acierto en unas manos no pitadas en el área italiana y el penal de Cubarsí, no quiso señalar la pena máxima en una jugada de Mkhitaryan sobre Lamine Yamal. La cuenta de Twitter @ArchivoVar, más propensa a las interpretaciones blancas, recordaba que se producen dos contactos, uno fuera del área y otro dentro, pero en el segundo Lamine continúa con posibilidades de avanzar porque aún no lo han derribado; precisamente un antecedente de 2019 demuestra que Giménez golpeó a Vinicius fuera del área, lo tocó nuevamente dentro y Estrada Fernández, gracias al VAR, pitó penal. El árbitro catalán ayer lo calificó de error flagrante del VAR, donde Dennis Higler corrigió equivocadamente a Marciniak. Para colmo, una falta muy evidente sobre Gerard Martín -no revisada- permitió el empate. Una posible agresión de Acerbi a Iñigo en la celebración del 2-0 desapareció de cualquier repetición. “Ha sido un arbitraje tendencioso a favor del Inter”, aseguraba desde la retransmisión de Movistar el prudente exjugador Gerard López.

Así pues, Marciniak se disfrazó de Benquerença en 2010, que concedió un gol en clamoroso fuera de juego a Milito y obvió un penal sobre Alves, y dio continuidad al atraco de 2022 perpetrado en el mismo escenario por unas manos muy obvias en el área italiana. En aquella ocasión el colegiado del VAR ya era Van Boekel, que curiosamente ayer también repartía justicia desde la sala de videoarbitraje. 

Al margen de los errores, absolutamente determinantes en el resultado, muchos jugadores no tomaron las decisiones más adecuadas: Olmo regalando el primer gol local, un Ferran Torres que volvió a ser el delantero insulso del cual Guardiola se desprendería sin muchas quejas y, sobre todo, un Araujo nefasto en el 4-3, que reincidió en la pifia de la Champions anterior en el Camp Nou contra el PSG con una expulsión tan crucial como ridícula. Tan incomprensible como encajar un gol a los 35 segundos del pitido inicial en la ida contra el Inter, recibir dos en los veinte primeros minutos, en un comienzo que recordó demasiado al 4-4 loco de Copa contra el Atlético de Madrid, o conceder el empate en tiempo de descuento, cuando el equipo debería haber sido más maduro y dedicarse a rechazar balones e interrumpir el juego. En total, eliminatoria con siete goles en contra de un conjunto teóricamente firme atrás, que obliga a meditar sobre la urgencia de fichar laterales más experimentados.

El dúo favoritismo arbitral-suerte, presente en todos y cada uno de los títulos europeos del Madrid desde el robo de Di Stéfano, ha orbitado a años luz de un Barça que siempre ha necesitado alcanzar la excelencia en el juego para conquistar la gloria y al que nunca le ha servido jugar mal o a medio gas.

Viniendo de la oscuridad del último año de Xavi, el balance sería excelente añadiendo la Liga a la Supercopa y a la Copa -habría sido de matrícula de honor con la Champions– pero se podría quedar en un aprobado justo y agridulce si se escapa la Liga. El clásico será dirigido por Hernández Hernández que, a pesar de la campaña de la caverna mediática, en enero de 2017 anuló un gol fantasma al Barça en el campo del Betis -el balón había cruzado la línea un palmo- y el mismo que controlaba el VAR en el escandaloso Madrid-Almería de enero de 2024. “Nos vamos con la sensación de que nos han robado”, dijo el jugador Melero, posteriormente sancionado con cuatro partidos, una declaración que ayer podría suscribir cualquier jugador de Flick. Domingo, todo o nada, en un clásico en el que todos los protagonistas deberán ser muy cuidadosos a la hora de ejecutar movimientos y aplicar reglas.



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