Joan Laporta lo ha vuelto a hacer. Es un líder nato, impetuoso, emotivo, combativo, pero también resultadista y usa estas armas para hacer que todos pedaleen en fila india si quieren seguirle el ritmo. Así fue su esperada comparecencia ante la prensa, y ante el barcelonismo, después de un final de año marcado por el bache del equipo, la crisis de las inscripciones de Olmo y Víctor y la enmienda a la totalidad de la oposición. Seguramente faltó la autocrítica de aquellas cosas que siempre se pueden hacer mejor o sencillamente de otra manera, pero no faltaron los argumentos para defender su gestión, no faltó una mano de goles para asegurar la victoria y tampoco faltó el relato esperanzador y a la vez convincente sobre la reconstrucción del Barça, que es su misión en este segundo mandato.
Los culés no celebraron el 110º aniversario del Barça porque celebraban el mejor Barça de la historia. El 125º les ha llegado en horas mucho más bajas y, como decía La Trinca, después de algunos años de pasar hambre y de ir haciendo agua, ya firmarían recordar este aniversario como el punto de inflexión que sacó al Barça del pozo y lo volvió a poner en la primera línea de donde nunca debería haber salido. Y eso es lo que ofrece Joan Laporta. El presidente ofrece el Barça de Flick, que vuelve a generar orgullo, ilusión y satisfacciones, por su juventud, el vínculo con la Masia, su talento desbordante, su primer título (Supercopa) y su futuro deslumbrante. Ofrece la rebelión sin tapujos contra la hegemonía material y moral del Madrid de Florentino Pérez, Vinicius y Mbappé con dos repasadas imponentes (0-4 en el Bernabéu y 2-5 en la Supercopa) que han dado la vuelta al mundo en menos de ochenta días. Ofrece el reflote económico del club, con la recuperación tres años después de la norma 1:1 del fair play financiero, el nuevo contrato de Nike, la explotación de palcos y asientos VIP y el regreso al Camp Nou en el horizonte. Y ofrece también un Barça capaz de superar el control económico especialmente agresivo de Javier Tebas y LaLiga.
En definitiva, cuatro goles como cuatro soles. Y para completar la palanca de Laporta, el gol que se han marcado en propia puerta los grupos de oposición, con su enmienda a la totalidad a este proyecto en marcha de remontada y con su amenaza de voto de censura a un año y pico de las elecciones; un planteamiento tan legítimo como exagerado, interesado, contraproducente e irresponsable, que no sabremos si acabarán comiéndose con patatas, pero que ahora mismo resta mucha credibilidad a los socios que se han propuesto de cara a las próximas elecciones. Laporta no es el presidente perfecto (¿los hay?), sus formas no dejan indiferente, su gestión tiene aspectos opinables y criticables, por supuesto. Pero los relatos los carga el diablo, más aún en tiempos de redes, tertulias y desinformación. Por eso hay que remarcar y subrayar el rumbo y los avances, porque al final serán los hechos los que definirán y los que pondrán la nota.