Ni tres días le ha durado la carrera a Munuera Montero después de expulsar a un hooligan de El Sadar. Se lo pensará dos veces antes de volver a pitar en contra del Real de Madrid, claro. Al fin y al cabo, ¿qué es que te manden a la mierda en comparación con una acusación de gestión empresarial opaca por ser socio de una pyme con un capital social de 10.000 euros? Poco más hay que rascar. Si uno se detiene a leer el artículo acusatorio contra el árbitro andaluz, resulta que es un pequeño resumen de actos en el registro mercantil sobre las tres sociedades insignificantes en las que el pobre hombre realiza tareas de administrador o de socio -dos de ellas, que el artículo menciona como si formaran parte de la trama Gürtel, en el CNAE de hostelería-. El interés del madridismo corporativo y administrativo es evidente: un ciclo de noticias favorable que después quedará en nada y una advertencia a los árbitros, como tantas se han hecho antes: regálenos la liga, o habrá consecuencias

Las formas, sin embargo, revelan una debilidad manifiesta de Florentino Pérez y su séquito monástico, que tantos años ha sido una fuerza viva de la pedanía que es España. La influencia del magnate de las infraestructuras está diluida. En un momento más exitoso de la monarquía madridista, la junta no habría necesitado colocar una información para ganarse el favor del discurso mediático de turno: lo tendría de suyo. Sería El País, en tiempos de Ferreras en Prisa, o cualquier otra cabecera del régimen la que iniciaría la máquina del fango contra Munuera, y no en un rincón pantanoso que evidencia que el ataque de Concha Espina es poco más que un contenido patrocinado.

La estrategia de dominio de la prensa, de los poderes fácticos, de los pilares del régimen del Real Madrid está más que desgastada. El ataque a Munuera Montero, que con toda seguridad se revelará como más que gratuito, se integra en una maniobra desesperada, ultramontana, similar a la que el ideólogo de Donald Trump, Steve Bannon, puso en marcha antes de las elecciones del 2016. El pensador extremista lo llamaba muzzle velocity: ir diciendo tonterías, poniendo en marcha medidas disparatadas -si no ilegales- y saltándose la institucionalidad para dominar el ritmo del relato. Y, cuando sus movimientos caigan por su propio peso, sería completamente indiferente: los medios ya estarían hablando del siguiente. La carta sobre el arbitraje es un eslabón de la cadena; la operación Munuera, la siguiente. Y, cuando los informes de la Federación y LaLiga den la razón al árbitro, el tema del día ya será otro. La hoja de ruta es solvente, faltaría más. Pero deja entrever que el Real Madrid es un gigante herido, que ya no da tanto miedo como antes en los círculos que importan. Hace una década, no les habría hecho falta rebajarse de esta manera. 

Sea como sea, los movimientos mediáticos alrededor del cerco a Munuera revelan la evidencia más que conocida para quien mira el fútbol español desde este país: para muchos, salvar al Real Madrid es cuestión de régimen. Ahora, sin embargo, la trinchera madridista ya no es tan amplia, ni tan transversal. En otro momento de la truculenta historia de LaLiga, no se habría llegado a cuestionar la legitimidad de las victorias blancas, porque eran una verdad oficial. Los aspavientos de Real Madrid TV, las cartas disparatadas e incluso la campaña para hundir la vida profesional a un árbitro -internacional- por hacer su trabajo son amenazas que pueden funcionar, es cierto. Pero también son mensajes que hace una década las oficinas del Bernabéu no tenían que enviar, que el mundo del fútbol sobreentendía. Ahora, ya no lo hace. Florentino todavía tiene un imperio, claro; pero está en descomposición. Penalti para el Real Madrid



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