Hagamos un simple ejercicio de fútbol-ficción: si Xavi hubiera ocupado el banquillo del Barça este pasado sábado en Montjuïc después del doble tropiezo en Anoeta y Vigo, ¿no se le habría enviado directamente a la horca sin juicio? ¿Por qué motivo habría que tener más paciencia y esperanza en este proyecto? ¿De qué manera se ajusta a los parámetros de la racionalidad perder en casa contra Las Palmas más allá del tópico gastado fútbol es fútbol? ¿Se puede permitir Flick fracasar otra vez en Mallorca -un conjunto con cara y ojos- sin ser advertido, con la excusa de que veníamos de donde veníamos?

Escándalos arbitrales aparte, con los cuales ya se debe contar -el gol mal anulado a Lewandowski y los penales de libro no señalados sobre Cubarsí y Pau Víctor- la evidencia numérica es que el Barça de Flick lleva unos registros idénticos a los del técnico terrassense la temporada anterior. Un punto de los últimos nueve ilustran hasta qué punto al entrenador alemán se le han agotado los trucos a media competición doméstica y ha pasado de parecer David Copperfield o El Mago Pop a recordar al Màgic Andreu -ya sin medallas- con un toque de Jordi LP. Es decir, si toda su revolución se basaba en jugar con la línea defensiva muy adelantada para hacer caer a los rivales en fuera de juego, y todo el mundo ya le ha visto el plumero, ¿qué es lo que exactamente puede proponer a partir de ahora? ¿Guarda otros ases en la manga o tendrá que reinventarse desde cero? ¿Con qué incentivos puede volver a convencer, con el regreso al Camp Nou a la vuelta de la esquina?

Sea porque los jugadores se relajaron asistiendo a los actos de conmemoración del 125º aniversario o por otro motivo, como una maldición, han rebrotado tics de la época Xavi: las peores versiones de algunos jugadores -como la de Kounde, con un error inaceptable en tierras gallegas que por suerte admitió-, la fragilidad detrás -Xavi tenía tendencia a recibir goles durante el primer minuto y en Vigo el equipo encajó dos en dos minutos- y la inoperancia atacante.

Para colmo de males, da la sensación de que atendiendo a la política de rotaciones, Flick no se ha informado -ni nadie le ha sabido explicar- de la peligrosidad de los rivales aparentemente pequeños, y también da la impresión de que el equipo se preparó la cita del Bernabéu como si fuera la cima final, sin calibrar la importancia de ir alcanzando los modestos campos base donde se ganan realmente las ligas. Removiendo libretas como Van Gaal o tragándose vídeos, le toca espabilar urgentemente porque actualmente está a años luz de las rachas triunfales de Rijkaard o Guardiola, que acabará en la calle si no corta la hemorragia del City. El de Santpedor sería acogido aquí con los brazos abiertos en cualquier cargo, aunque algunos barcelonistas rencorosos le deseen toda clase de infortunios y males.

En estas alturas de la película, es mejor refugiarse en los peores pronósticos del tribunerismo y aceptar una triple realidad: Hansi Flick solo pasará a la historia por haber conquistado un sextete con el Bayern, por ser el técnico que infligió el 2-8 al Barça de Setién, Messi y Bartomeu -con dos goles de Coutinho- y Hansi Flick no conseguirá ningún título en el Barça. Lo repito: ninguno. Igual que Peñarroya, que bajo la lupa de los resultados -añadidos a la rareza del caso Willy Hernangómez y al extraño criterio de los jugadores descartados en cada partido- debería comerse los turrones bien lejos del Palau.

El espejismo ha calentado más la arena del desierto y el sueño ha sido tan sorprendentemente dulce como decepcionantemente efímero: Flick tampoco es la solución. Este año, tampoco.



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