La única virtud del caso Nico Williams es que ha terminado tan rápidamente que no podrá competir en la categoría de serial del verano. Resulta difícil encontrar un final tan poco agradecido para todas las partes. El Athletic vende la renovación del jugador como un pulso ganado al Barça, el club grande, el del talonario; el jugador quiere convencer a quien se deje que «está donde quiere estar» (sic) y que el corazón ha podido más que el resto; y el Barça se hace el indiferente porque tiene plan B y C (Luis Díaz y Rashford).

En realidad, sin embargo, la victoria del Athletic es pírrica, porque su rival no era el Barça, sino el deseo del jugador, que se queda a regañadientes, y porque le ha costado un ojo de la cara; Nico no convence porque fue él quien decidió irse, quien activó la operación con el Barça y quien comunicó al Athletic que pagaría la cláusula y se queda (dinero al margen) presionado por el hermano, la familia, el representante y el entorno; y el Barça quizá tiene alternativas, incluida no fichar, pero es obvio que si no arrastrara problemas de palancas, espacio salarial e inscripción de jugadores (y ya van tres veranos) no le habría costado nada cerrar un fichaje que, por otro lado, ha telegrafiado de forma contraproducente.

Al margen de los relatos de falsa bandera que las partes nos quieran hacer tragar, los hechos son los que son. Y hace un mes Nico Williams tenía planeado reunirse con Lamine Yamal y el resto porque, como cualquier futbolista de élite, quiere ganarlo todo y su indecisión un año antes ya le había condenado a ser, una vez más, mero espectador de la Liga, la Copa, la Supercopa y las semifinales de la Champions que hizo el Barça. Es difícil creer que su renovación lo retendrá diez años (hasta 2035) en San Mamés, pero queda claro que ha dejado pasar un tren importante en su carrera y la puerta del Barça se la ha cerrado él mismo.

Desde la perspectiva culé, queda claro que la ilusión de Nico Williams por jugar en el Barça no es la misma que demostraron Olmo, Gavi y Pau Víctor, pero también Kounde o Lewandowski, que firmaron sabiendo los equilibrios que tendría que hacer el Barça para inscribirlos, que son -recordémoslo- fruto de la necesidad de reconstruirse económicamente sin renunciar a competir al más alto nivel. En todo caso, el Barça hoy está objetivamente mejor que hace un año y en ningún caso podía aceptar una cláusula de libertad en caso de no inscripción. Habría sido una irresponsabilidad cuantificable (60 millones) y del todo innecesaria.

El Barça tiene encaminado un proyecto sólido y emergente, que ya ha reforzado con la incorporación de Joan García en la portería y que aún puede mejorar con un refuerzo en ataque, pero tiene el lugar bien cubierto y no es necesario hacer locuras por Nico Williams (9 goles y 10 asistencias de media los últimos tres años), ni enloquecer por Luis Díaz (el plan A de Deco) pagándole 80 o 90 millones al Liverpool. Las compras compulsivas, el cheque en blanco y la ausencia de liderazgo llevaron al Barça a la quiebra económica y deportiva y cinco años después aún no se ha recuperado del todo.



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