Lamine Yamal será la estrella del Barça de Flick, porque es uno de esos futbolistas que llevan la magia de serie en sus botas y son capaces de marcar la diferencia. Pedri ya se ha erigido como el director de orquesta, el que marca el ritmo, el rumbo y logra que ocurran cosas extraordinarias. Pero si hay un jugador que retrata perfectamente el alma de este Barça, su radicalidad, su crecimiento, su altísimo voltaje y su vuelo por encima de las expectativas, ese es Raphinha.

El caso Raphinha no es nuevo, ni único, pero sí paradigmático. El síndrome del patito feo lleva décadas imperando en el Barça, etiquetando jugadores y expulsándolos del gran Barça que gravita al margen del mundo real. En el caso del delantero brasileño, se le fichó como extremo, pero no regateaba mucho, no desequilibraba lo suficiente…, no tenía nivel Barça. Terminó las dos primeras temporadas con cifras dobles de goles y asistencias, pero a falta de espacio salarial y dinero para fichar, era carne de traspaso. Por suerte, ha habido suficiente inteligencia y competencia técnica en el club para no malgastar el talento que convierte a Raphinha en el delantero más determinante del fútbol europeo esta temporada con 27 goles y 20 asistencias.

No es tan diferente lo que hace Raphinha de lo que un día hicieron Ronaldinho, Stoichkov, Figo, Laudrup o Ronaldo, que es crecer con el Barça hasta descubrir su máximo nivel. El brasileño, con 27 años, hace de padre y hermano mayor en un equipo plagado de jóvenes y adolescentes, pero en cierta manera hace lo mismo que ellos, evolucionar, expandirse ellos y expandir el equipo. No tiene la juventud de Cubarsí o Lamine, pero sí la misma ambición, entusiasmo y energía. Y si el Barça es tan radicalmente ofensivo, contundente y fiable es en gran parte gracias al dinamismo, la verticalidad, la presión innegociable, las rupturas buscando la portería rival y la capacidad de trabajo de Raphinha. Su influencia en el boom del equipo es incuestionable y da inicio al juicio sumarísimo en el museo de los tiros en el pie que se dispara el club y su entorno.

Pero hay más raphinhas. Balde vio su progresión frenada la temporada pasada por las lesiones y el agosto pasado ya nadie lo veía como el lateral que haría olvidar a Jordi Alba. Iñigo Martínez, sin continuidad por las lesiones, era un jugador amortizado a las puertas de salida y ahora es una figura del equipo y del vestuario y acaba de renovar. Lewandowski, con un rendimiento decreciente y un contrato creciente, era un mal negocio, pero vuelve a ser el killer, el pichichi y mejora las cifras (35) de su primer año. De Jong, tras un año de bullying y otro de lesiones graves, tiene una colección de haters, que no han digerido la confianza de Flick en el neerlandés hasta que es obvio que vuelve a mejorar el equipo. Y Ferran Torres, que no tenía ni lugar ni papel reservado en el Barça, hasta que su convicción y la confianza de Flick lo han convertido en el tercer goleador del equipo (13), protagonista entre otros de la monumental remontada del domingo en el campo del Atlético (2-4). Muchos los habrían despachado hace tiempo, pero con ellos y gracias a ellos, el Barça de Flick seduce y aspira a todo.



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