Si dicen que la información es poder, entonces el desconocimiento debe ser indefensión y fragilidad. Con la edad uno aprende -o debería aprender- a examinarse con lupa a sí mismo antes que buscar la culpa fuera, pero Laporta aún no ha llegado a ese punto y la lucha interna es la de más fácil rendición. Lo que vulgarmente se conoce como hacerse trampas al solitario.
De acuerdo, Sandro Rosell fue víctima del lawfare, la antipatía que despierta el Barça proviene directamente de la catalanofobia y Tebas pone palos en las ruedas desde su ADN lepenista. Son cuestiones tan incontrolables como irreversibles, inherentes al centralismo y al club-Estado pero Jan, que demasiado a menudo vive en un universo paralelo, era bastante consciente del problema de la inscripción de Dani Olmo desde que se confirmó el fichaje el 9 de agosto. Es decir, él, Deco y toda la directiva tuvieron cuatro meses y medio para encontrar la fórmula, evitar prisas y la enésima erosión del prestigio, materializada en manifiestos de equipos que callan ante la mafia blanca. Otra tendencia que no cambiará, por tanto, mejor alejarles las bandejas de plata.
Es mucho más fácil erigirse en mártir de la caverna mediática -igual que un Gaspart estudiadamente hierático durante aquella pañolada en el Camp Nou, apartando el brazo de un Josep Maldonado que le recomendaba marcharse- que atribuirse el retraso en el caso Olmo o la demora en el regreso al nuevo estadio.
No hemos visto a Laporta dando explicaciones o pidiendo perdón por la mala gestión de la renovación de Messi, la triste salida de Koeman o la destitución esperpéntica de Xavi después de haberle garantizado la continuidad tras una cena japonesa, ni por el caso Heurtel -venganza infantil en la que el club se sometió voluntariamente al criterio de un grupo de seguidores-, ni por la pérdida de patrimonio -reconducida hacia el eufemismo de las palancas-, la devaluación de los activos al cierre del ejercicio de 2021 o la opacidad en la gestión de los contratos de los principales acuerdos de patrocinio (Spotify, Nike), ni por la falta de transparencia con las comisiones pagadas al señor Darren Dein, comisionista en ambas operaciones. ¿Qué necesidad hay de contratar un comisionista para negociar dos contratos con dos proveedores con los que la entidad o sus directivos mantienen relaciones prolongadas en el tiempo?
Sin olvidar el préstamo de dudosa naturaleza por parte de ISL para satisfacer gastos personales de los directivos, la vulneración del código ético que conlleva la contratación de familiares y asesores, la fuga de talento personificada en el despido de varios ejecutivos, las operaciones financieras con actores de incierta reputación (con el fondo de inversión Libero y con una empresa de criptomonedas, si bien finalmente se echó atrás) y la no ejecución de las cláusulas de penalización a Limak por el retraso en la entrega de la obra del nuevo estadio. ¿Qué sentido tiene firmar un contrato con penalizaciones para ambas partes y no cumplirlo? Como guinda, la afirmación de que el nuevo Palau estaba incluido en el presupuesto del Espai Barça, mentira admitida por una directiva que no ha aclarado si restituirá la Grada de Animación injustamente clausurada.
Nada de esto se puede imputar a la Moncloa, la Zarzuela o Chamartín, y justifica con creces una moción de censura. Al socio se le puede engañar, de hecho se le está engañando y se le deja indefenso y frágil cuando el club no se explica o los medios hacen desaparecer de la parrilla informativa todas estas frutas podridas, o bien las esconden en el fondo del armario mientras sacan pecho de la Supercopa y otras manitas. Ya sabemos que en el Barça si la pelotita entra, todos los males se desvanecen por arte de magia y la gestión económica se convierte en una pesada retórica que los expertos ya arreglarán.
Uno podría indignarse con toda esta lista, pero es más fácil dejarse seducir por lonas gigantes en el centro de la ciudad, estallar en risas con el recuerdo de un personaje radiofónico y las patatas que se comen, o bien identificarse con gestos groseros -impropios de alguien que representa a una entidad- porque validan el hooligan que todos llevamos dentro. Y también es mucho más sencillo tildar a la oposición de topos de la capital u oportunistas con ansias de poder. Quien se haya preocupado mínimamente de indagar en los perfiles personales de Jordi Farré y Marc Cornet enseguida descubrirá que son de país y de un barcelonismo indudable. Pero siempre es más fácil reproducir el discurso oficial y quedarse en la comodidad del prejuicio antes que atreverse a desafiarlo.
Ironías del destino o ley de vida: Laporta se ha convertido en todo aquello que tanto había criticado, el establishment nuñista, cuyas corruptelas inmobiliarias no descubrimos hasta hace relativamente poco en un magnífico documental. Como en la famosa obra de Rodoreda, Laporta se asemeja al espejo roto: mientras deslumbra con la apariencia, oculta secretos en forma de errores, fechorías y negligencias.
A estas alturas de la película uno debería aprender que el acto de elegir no es quedarse entre las opciones visibles del escaparate -colocadas con un orden que no responde precisamente al azar- sino que hay que revolver todo el género. Elegir implica, sobre todo, conocer, aunque en el fútbol las bajas pasiones se antepongan al proceso racional. Por tanto, es urgente distinguir césped de despacho, diferenciar crítica de manía persecutoria y separar club de persona. Fiscalizar a los dirigentes -desde los medios y desde la masa social- resulta indispensable, especialmente cuando en el otro lado no existe autocrítica, disculpas o voluntad de cambio, sino solo bromas y contraataques.
Si todo el mundo hace piña con las botifarras, quedará un regusto agridulce, secas están ya las arcas y algún día pinchará el cuchillo de la sociedad anónima deportiva.

