“Estoy muy decepcionado con el Athletic por silbar el pasillo y no felicitar al presidente, lo encuentro muy feo”. Las palabras de Masip resuenan bastante suaves atendiendo los decibelios de absurda hostilidad de San Mamés. De parte de la afición y de la directiva. Hubo un tiempo en que la fraternidad con Euskal Herria significaba sintonía cultural y lingüística frente a la contaminación acústica del centralismo, que ladraba hasta morder (competencias, aportaciones económicas…). La masacre de Hipercor -con la cómplice pasividad de las fuerzas policiales españolas, tal como describe Fonsi Loaiza- reduciría esta basquitis: la romantización daba paso al desencanto.

Pocos años antes del atentado, la rivalidad sobre el césped se había ido cociendo con las criminales entradas de Goikoetxea -a Schuster y a Maradona- y las impertinencias de Clemente, que desembocarían en aquella pelea de la final de copa de 1984, con participación igualmente penosa de jugadores del Barça. En 1954 Kubala sufrió una rotura del ligamento lateral interno y del menisco en Bilbao, idéntico escenario donde en 1974 Ángel Villar -el expresidente de la federación española por quien la Fiscalía Anticorrupción solicita quince años de prisión- dio un puñetazo a Cruyff.

La animadversión de muchos aficionados del Athletic, traducida en silbidos a Lamine -¿su contribución en la pasada Eurocopa lo convierte ahora en enemigo público en Bilbao?- y la excesiva dureza de Berchiche -curiosamente menos exaltado con Carvajal cuando el madridista le rompió el peroné- ya se había revelado en los abucheos a Iniesta por el gol decisivo del Mundial 2010. Silbar a alguien tan exquisito como el manchego, de quien no se recuerda ningún gesto o palabra fuera de lugar, retrata la mezquindad de algunos seguidores -no todos, al igual que la cabeza de cerdo a Figo la lanzaron unas personas concretas y no todo el campo- que en 2023 lanzaron billetes falsos por el caso Negreira.

Es decir, por un asunto del cual no solamente no se ha podido encontrar ni un testigo arbitral sino que no se ha dictado ninguna sentencia judicial firme que proclame la existencia de adulteración deportiva, y que seguramente se archivará por defectos procesales. Es como si, por el positivo por nandrolona de Carlos Gurpegui en 2002, el Camp Nou hubiera recibido al Athletic con jeringuillas o botellitas. Pero ningún aficionado culé lo hizo ni se lo planteó, ni antes ni después de la sanción de dos años de la Audiencia Nacional. O como si el estadio barcelonista hubiera aprovechado una visita del equipo bilbaíno para llevar pancartas contra el presunto falseamiento de un Athletic-Levante en junio de 2007, en virtud del cual el conjunto valenciano se habría dejado vencer para evitar el descenso de los vascos. No hace mucho Joan Gaspart dijo que se llevaría a la tumba el secreto sobre posibles ayudas al Athletic para esquivar la pérdida de categoría.

En todas partes se hacen setas, cuando llueve, pero encontramos comportamientos opuestos por hechos similares. Hay quienes justificarán la antipatía en el interés por Nico, como si el Athletic nunca hubiera perseguido a ningún jugador con contrato en vigor… Parece cuestión de karma que el 0-3 de Olmo haya cerrado la temporada en San Mamés. “Gol de un jugador inscrito fraudulentamente”, sentenciaba un tuit de la fanpage Athletic Xtra, eliminado al cabo de unos minutos. Los aplausos al Glasgow Rangers también ilustran la gravedad de la desorientación ideológica y legitiman el distanciamiento emocional, a pesar del mérito y la audacia de continuar jugando y rindiendo notablemente sin extranjeros.

A unos 150 kilómetros, el Osasuna se ha empeñado en quedar en ridículo denunciando una fantasiosa alineación indebida de Iñigo Martínez, que ha chocado con la desestimación del Comité de Disciplina y del de Apelación. El club navarro tiene tiempo hasta el jueves para elevar la reclamación al TAD, pero, como ya ha argumentado en Twitter Miguel Galán, licenciado en Derecho y presidente del Centro Nacional de Formación de Entrenadores de Fútbol, las posibilidades de éxito son del 0% porque Iñigo fue desconvocado de manera expresa y oficial por parte de la Federación y, además, una hipotética multa al Barça nunca implicaría la pérdida de los tres puntos. Por si acaso, el triunfo rotundo en San Mamés impediría que el Barça fuera desposeído del título -le sobraría un punto- pero perjudicaría a un Rayo Vallecano que se ha ganado merecidamente la plaza europea.

Tanto el Athletic como el Osasuna se lo han tomado de manera visceral, con un odio al Barça que no solo los empequeñece sino que, sobre todo, evidencia el grado de eficacia del discurso de la caverna mediática y, al mismo tiempo, insinúa que quizás Florentino mueve los hilos desde atrás a cambio de vaya a saber qué.



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