Kafkiano o dantesco: cualquier adjetivo para definir el comportamiento del Real Madrid en la entrega del Balón de Oro escapa a la imaginación literaria y difícilmente podría surgir de un encuentro entre Hitchcock y Valle-Inclán. Al menos, artístico lo es. Vamos por partes. Parecía como si la ceremonia tuviera que redimir la humillación del 0-4 en un clásico en el que, por cierto, los gritos racistas de algunos energúmenos -no de todo el estadio- contra Lamine Yamal no fueron reflejados en el acta arbitral -a pesar de que la escena ocurrió ante el linier- y las condenas llegarían con retraso, casi por presión social ante la evidencia. No fuera que alguien cuestionara el trono victimista de Vinicius Luther King. No os hagáis ilusiones: el Bernabéu no se cerrará, porque si fuera así, ¿dónde irían a entretenerse las figuras políticas y judiciales más relevantes del país?
Al margen de quien decidiera ejercer el ghosting -o el ser superior o el brasileño con su pataleta- los eventos se precipitaron en un efecto dominó ridículo. Nunca lo reconocerán, pero el problema de base radica en el hecho de que la elección de Rodri sitúa al madridismo y a la caverna mediática en un dilema existencial: decantarse entre la pureza blanca y la sublimación rojigualda, una tesitura delicadísima que los ha retratado en numerosas ocasiones porque siempre eligen la primera opción. Como la campaña de acoso contra Luis Aragonés cuando dejó de convocar a Raúl a la selección -”¿cuántos Mundiales ha ganado?” dijo acertadamente El Sabio de Hortaleza-, o la oposición beligerante a Luis Enrique solo por su currículum en el Camp Nou. O la manera mezquina con la que se negó o menospreció el ADN blaugrana en las victorias de España en el Mundial y las Eurocopas.
Volviendo al galardón, la urticaria también les aparece por dos razones más: Rodri es un madrileño formado en la cantera del Atlético de Madrid y desde 2019 juega a las órdenes de Guardiola, el enemigo número 1 de Chamartín, el que según ellos “orinaba colonia”, y contra el cual había barra libre por sus habilidades lingüísticas y simpatías políticas. «Lo odian porque lo temen», escribió hace unos años el periodista Rubén Uría. Curiosamente, Rodri, autor del único gol del City en la final de la Champions de 2023 contra el Inter de Milán, fue utilizado por los diarios de la capital para difuminar el mérito del técnico de Santpedor en esa conquista. Un Rodri al que, por cierto, no le ha penalizado el desafortunado cántico «Gibraltar español«, emitido en plena euforia tras el triunfo en la última Eurocopa. La hipocresía tiene raíces y uno recuerda cómo esta misma caverna mediática denigraba el Balón de Oro otorgado a Messi en 2010, en aquel podio histórico junto a Iniesta y Xavi. Entonces sí tenía que imperar la españolidad como termómetro de éxito.
La cancelación por parte de Real Madrid TV de un programa especial de cinco horas, la ausencia voluntaria de Alcaraz en la gala -va camino de superar a Nadal, que un día se atrevió a comparar un referéndum con saltarse un semáforo- añadieron un divertido picante a unos tiempos oscuros dentro del universo paralelo merengue, entre la reactivación del caso del falso pasaporte al exjugador de baloncesto Slaughter -no les anularán ningún título-, la supuesta violación de Mbappé en Estocolmo -el francés sí ha gozado de presunción de inocencia- y el proyecto ruinoso del nuevo estadio: goteras, los aparcamientos de Almeida tumbados por una jueza, la falta de una licencia de actividades y el delito medioambiental atribuido al administrador único del recinto tras una querella vecinal por la no insonorización.
Aparte de invisibilizar los reconocimientos a Aitana Bonmatí y Lamine Yamal, la actitud esperpéntica de este club-Estado -la mafia más grande y obscena de la historia de cualquier deporte- no solo los deja manchados en cuanto a reputación internacional sino que esconde una negación enfermiza de la realidad: a Vinicius no lo abuchean ni le tienen tirria por su piel sino por su carácter repetidamente provocador. Teniendo en cuenta que el fair play también juega un papel decisivo en el Balón de Oro, la deserción expresa de representantes madridistas en el acto ratifica la legitimidad del veredicto. “No están preparados” tuiteó en la red X el delantero brasileño, en el típico comportamiento de los totalitaristas que no aceptan los resultados porque de entrada se sitúan en una posición de falsa supremacía, solo lógica dentro de sus mentes exentas de empatía. La prepotencia como hecho diferencial del madridismo, y el humor como seña de identidad del diario valenciano Superdeporte, que ilustra la portada de hoy con el titular «Vini, vidi, vici» (Vini en color amarillo) con Rodri y Aitana besando los respectivos trofeos.
¿Os imagináis el eco que habría tenido una conducta igual por parte del Barça? Mientras tanto, La Sexta manipulada por Ferreras -amigo íntimo de Florentino en aquellos famosos audios, censurados igual que la reforma de la ley franquista de secretos oficiales- ya se ha apresurado a amortiguar el 0-4 con otra especulación sobre Negreira, del cual aún no se ha obtenido ninguna prueba de corrupción deportiva ni ninguna sentencia judicial firme. El próximo sábado el Madrid visitará Mestalla, donde en mayo de 2023 comenzó todo, con los incidentes que desembocarían en ocho meses de prisión a tres seguidores valencianistas por insultos racistas. En aquel juicio en el que Vinicius pediría aplazar su declaración porque se encontraba de vacaciones. Cuestión de prioridades.

