El fútbol es el deporte donde siempre se debate sobre la evolución física, cómo esta implica cambios, pero que a la hora de la verdad se acaba maravillando más con los jugadores que están lejos de ser atletas o ‘superhombres’. Especialmente, cuando el Fútbol Club Barcelona es uno de los sujetos implicados en esta conversación. Este miércoles el Barça ha viajado a Nápoles con la ilusión de quien vuelve a jugar unos octavos de final de la Champions League después de dos temporadas ausente cuando, por idiosincrasia, no sentía que tenía que ser así. El equipo italiano ha puesto los pies en la tierra a los azulgranas castigando errores, pero los culés vuelven a Barcelona con esperanza de cara a la vuelta que se jugará al Estadi Olímpic Lluís Companys. Todo porque Lamine Yamal, Pedri González e Ilkay Gündogan han demostrado que, con la pelota en los pies, el músculo más atractivo es un órgano: el cerebro.
Una pequeña lección de como jugar entre líneas
El partido de Gündogan y Pedri es de los que justifica por qué los buenos jugadores siempre tienen que estar juntos. El Nápoles estaba muy perdido en el inicio del partido, un hecho inevitable cuando tienes que jugar unos octavos de la Champions en el estreno del tercero nuevo entrenador de esta temporada. Los dos interiores supieron detectar que el equipo italiano estaba muy perdido para recuperar una premisa básica pero efectiva: jugar entre líneas. Tanto el alemán como el canario siempre detectaban las grandes distancias existentes entre los volantes y el resto de jugadores. Recibían la pelota y jugaban con ella como si estuvieran en el patio de la escuela o en las calles de los barrios donde han crecido. Si el fútbol emocionalmente se trata muchas veces de volver a los momentos en que éramos felices, aplicar este hecho sobre el césped facilita mucho las cosas.
Más allá de la lectura de los espacios entre las líneas del Nápoles, los dos interiores también han recordado por qué tener la mente siempre abierta a cambios es importante. Cuanto más cerca del área recibían la pelota, más rápida era la circulación (un hecho que el Barça sí ha echado de menos en la salida de pelota). Pero si muchas veces podían tener el esférico era, en parte, porque sabían cómo complementarse a los movimientos de sus compañeros. Principalmente a las descargas de Robert Lewandowski y las diagonales de Yamal. Los atacantes culés reflejaron algunas de las palabras del escritor José Saramago en
La elegancia de los timings
Este miércoles Lamine Yamal ha jugado a la meca de uno de los dos únicos futbolistas (casualmente, ambos argentinos) que se han transformado en vida de hombre a Dios. Diego Armando Maradona era una institución en sí mismo, tanto en el fútbol, como en Nápoles y su país. Él era muchas cosas, pero sobre todo una de las personas que dignificaban el arte del regate, de la estética de superar un rival. Cuando jugadores como Yamal salen al césped siempre es importante valorarlos, porque la ‘
El Barça sabe mucho de extremos que regatean mucho para después no saber qué hacer con la pelota, durante los últimos años gracias a Ousmane Dembélé. También de los que no saben driblar tanto, como Raphinha. Teniendo presente este contexto, Lamine Yamal es un rayo de sol en pleno invierno. Porque, independientemente de cuál sea la decisión (regatear, pasar la pelota, chutar), siempre la hace en el momento correcto. Ni antes, ni después, con la puntualidad de un reloj. Así es muy fácil jugar y crear alianzas. Con solo 16 años tiene este rasgo característico de los genios que comparte, precisamente, con Gündogan y Pedri. Más allá del talento bruto, son estos factores los que decantan partidos. Salvo el error de Íñigo Martínez, los culés también hicieron un marcaje efectivo sobre Victor Oshimen, la gran amenaza del Nápoles. También secaron a la otra, Khvicha Kvaratskhelia, que se marchó enfadado al banquillo. A pesar de que defender también es un arte, este partido es para pensar con ilusión en el ataque. Al final, después de todo, el fútbol enamora por la belleza de las ‘