El Sánchez Pizjuán ha sido el escenario de una derrota muy dolorosa. El Barça salió al campo como quien se ha dejado el alma en casa, sin intensidad ni ideas, y el Sevilla lo aprovechó. El penalti de Araujo, más discutido que claro, solo fue el aperitivo de una primera parte para olvidar, con un equipo blaugrana convertido en una caricatura de lo que debería haber sido. El gol de Rashford antes del descanso fue una ilusión que poco duró, ya que parecía que los de Flick aún podrían reaccionar, pero el partido ya estaba marcado por un Barça muy flojo, tierno y desordenado.
Del posible empate a la sentencia sevillista
En la reanudación, con cambios tácticos y más voluntad que fútbol, los culés tuvieron en sus botas la posibilidad de empatar. El penalti fallado por Lewandowski simbolizó lo que fue el Barça hoy: dubitativo, vulnerable e incapaz de castigar cuando tuvo la oportunidad. Y cuando tú no lo hiciste, el rival no perdonó. El Sevilla, con orden y ambición, aprovechó las grietas y asestó dos golpes definitivos a la contra que transformaron la derrota en humillación.

Más allá del resultado (4-1), lo que más duele ha sido la sensación. Este equipo ya había dejado dudas contra el PSG, pero en Sevilla ha desnudado todas las carencias: falta de físico, falta de ideas, falta de carácter. Pedri lo resumió con una sola palabra: “horroroso”. El paréntesis internacional ha llegado en el mejor momento posible, porque el equipo necesita parar, mirarse al espejo y decidir si quiere volver a competir como el año pasado o si quiere seguir siendo una sombra de lo que un día fue.