En Montjuïc, cuando todo parecía condenado a un empate que pesaba como una auténtica derrota, Hansi Flick sacó una carta que nadie esperaba. Con el Barça ahogado por las lesiones, sin referencias ofensivas claras y con Lamine y Pedri ya sustituidos, el técnico alemán miró al banquillo, vio a Ronald Araujo y pensó en Johan Cruyff. Como el holandés en 1989 con Alexanko, Flick sacó al central uruguayo para jugar adelante, como ‘9’, buscando un milagro de urgencia. Y el milagro llegó. Un centro raso de De Jong, un gesto instintivo y la bota de Araujo firmaron un gol que deshizo el empate y desató la locura en el minuto 93, como ya nos tiene acostumbrados Hans-dieter Flick.
«Les dije que si entraba, marcaría. Se rieron, pero así ha sido»
El movimiento fue tan inesperado como efectivo. Araujo, que de pequeño había jugado de delantero, entró al 82’ por Casadó con una consigna clara: ocupar el área, forzar errores y aprovechar cualquier balón colgado. El Barça, desgastado y sin fluidez, había perdido el control del partido y el Girona había coqueteado con el 1-2. Pero el central, fiel a su carácter indomable, transformó la desesperación en fe. “Les dije que si entraba, marcaría. Se rieron, pero así ha sido”, admitió después del partido con una sonrisa que resumía su noche mágica.
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El gol de Araújo en el 93 que significó la victoria del Barça ante el Girona
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El gol y la celebración tuvieron un aire de épica. Flick, expulsado minutos antes por protestar, vio el gol desde el túnel y estalló con una rabia liberadora que recuerda las noches más pasionalmente blaugranas. Su “fórmula Araujo” no solo dio tres puntos vitales, sino que inyectó autoestima a un equipo castigado y frágil, pero vivo. Esta vez, el Barça no ganó con posesión ni con brillantez, sino con corazón, con orgullo y con un toque de locura. Quizás la mejor receta posible antes de un clásico que demanda alma, más que geometría.